Aedes aegyptis un viejo visitante de la ciudad

7º grado 2017 estudió  sobre las condiciones sanitarias de la Ciudad de Buenos Aires ante la llegada de los fujos inmigratorios a fines del siglo XIX.
Tocaron el tema de la Epidemia de la Fiebre Amarilla y nos cuentan desde cuando este mosquito está presente en nuestro continente



Aedes aegypti, este mosquito, es un insecto que puede ser portador del virus del dengue y de la fiebre amarilla, así como de otras enfermedades, como la chikunguña y la fiebre de Zika.
Suele comportarse como un vector biológico. Este insecto transporta y transmite un patógeno –virus- a otro organismo vivo. Los vectores biológicos se estudian por ser causas de enfermedades.
Algunos investigadores afirman que “en una especie de coevolución varios virus se adaptaron para reproducirse dentro de este mosquito”
 






 Haciendo historia
Este mosquito es originario de Egipto, África, y se ha ido extendiendo a lo largo de las regiones tropicales y subtropicales del mundo

Cómo llegó de África a América. El mosquito llegó en barriles con agua durante la época del tráfico de esclavos, que se realizó en barco durante el siglo XIX. “En esa agua venían las larvas y los huevos adheridos a los bordes de los toneles. Cuando las naves llegan a América, los mosquitos empiezan a reproducirse en los recipientes que hay sobre las costas”.

El vector fue descripto científicamente por primera vez en 1762, pero el reconocimiento de que era el vector de la fiebre amarilla se estableció en 1881.
Fiebre amarilla 


Los primeros que se conocen se produjeron en  África y en los siglos XVI o XVII saltó a América debido al tráfico de esclavos.

Casi siempre afectaban a zonas urbanas con alta densidad de población, debido al corto radio de acción del mosquito

Las epidemias de fiebre amarilla en Buenos Aires tuvieron lugar en los años 1852, 1858, 1870 y 1871. Esta última fue un desastre que mató aproximadamente al 8% de los porteños: en una urbe donde normalmente el número de fallecimientos diarios no llegaba a 20, hubo días en los que murieron más de 500 personas, y se pudo contabilizar un total aproximado de 14 000 muertos por esa causa, la mayoría inmigrantes italianos, españoles, franceses y de otras partes de Europa.

En numerosas ocasiones la enfermedad había llegado a la ciudad por medio de los barcos que arribaban desde la costa del Brasil, donde era endémica.  No obstante, la epidemia de 1871 se cree que habría provenido de Paraguay, portada por los soldados argentinos que regresaban de la Guerra de la Triple Alianza;  ya que previamente se había propagado en la ciudad de Corrientes.  En su peor momento, la población porteña se redujo a menos de la tercera parte, debido al éxodo de quienes abandonaron la ciudad para intentar escapar del flagelo. 
Una Bs As con pocas políticas de sanidad pública

Algunas de las principales causas de la propagación de esta enfermedad, transmitida por el mosquito Aedes aegypti, fueron:

  • la provisión insuficiente de agua potable;
  • la contaminación de las napas de agua por los desechos humanos;
  • el clima cálido y húmedo en el verano;
  • el hacinamiento en que vivían, sin que se tomaran medidas sanitarias para ellos, las personas negras y, especialmente en  1871, los inmigrantes europeos humildes que ingresaban en forma incesante a la zona más sureña de la ciudad;
  • los saladeros que contaminaban el Riachuelo —límite sur de la ciudad—, el relleno de terrenos bajos con residuos y los riachos —denominados «zanjones»— que recorrían la urbe infectados por lo que la población arrojaba en ellos.
 

La plaga de 1871 hizo tomar conciencia a las autoridades de la urgente necesidad de mejorar las condiciones de higiene de la ciudad, de establecer una red de distribución de agua potable y de construir cloacas y desagües.
Situada sobre una llanura, la ciudad no tenía sistema de drenaje.  Para el resto de la población, la situación era muy precaria en lo sanitario y existían muchos focos infecciosos, como por ejemplo los conventillos, generalmente habitados por inmigrantes pobres venidos de Europa o afroargentinos, que se hacinaban en su interior y carecían de las normas de higiene más elementales.
Otro foco infeccioso era el Riachuelo —límite sur de la ciudad— convertido en sumidero de aguas servidas y de desperdicios arrojados por los saladeros y mataderos situados en sus costas.
Dado que se carecía de un sistema de cloacas, los desechos humanos acababan en los pozos negros, que contaminaban las napas de agua y en consecuencia los pozos, que constituían una de las dos principales fuentes del vital elemento para la mayoría de la población.
La otra fuente era el Río de La Plata, de donde el agua se extraía cerca de la ribera contaminada y se distribuía por medio de carros aguateros, sin ningún saneamiento previo.
Por añadidura, los residuos de todo tipo se utilizaban para nivelar terrenos y calles. Éstas eran muy angostas, no existían avenidas y las plazas eran pocas, casi desprovistas de vegetación.
La ciudad crecía vertiginosamente debido principalmente a la gran inmigración extranjera: para esa época vivían tantos argentinos como extranjeros, y estos últimos sobrepasarían a los criollos pocos años más tarde. El primr censo argentino de 1869 registró en la Ciudad de Buenos Aires 177 787 habitantes, de los cuales 88 126 (49,6 %) eran extranjeros; de estos 44 233 —la mitad de los extranjeros— eran italianos y 14 609 españoles. Además de los conventillos mencionados, sobre 19 000 viviendas urbanas, 2 300 eran de madera o barro y paja. 
Obra de Juan Manuel Blanes

Estalla la epidemia
Frente a ella,  en Buenos Aires  apenas tenía 160 médicos, menos de uno por cada 1000 habitantes.
Las instituciones públicas no estaban preparadas para hacer frente a las consecuencias de las deplorables condiciones higiénicas en que se encontraba la ciudad.
El Hospital General de Hombres, el Hospital General de Mujeres, el Hospital Italiano y la Casa de Niños Expósitos no dieron abasto con la cantidad de pacientes. Se crearon entonces otros centros de emergencia, como el Lazareto de San Roque —actual Hospital Ramos Mejía— y se alquilaron otros privados.
El puerto fue puesto en cuarentena y las provincias limítrofes impidieron el ingreso de personas y mercaderías procedentes de Buenos Aires. Los alquileres aumentaron fuertemente en los alrededores de la ciudad.

Se forma la  Comisión Popular

La comisión tuvo como tarea la expulsión de aquellas personas que vivían en lugares afectados por la plaga, y en algunos casos, se quemaban sus pertenencias. La situación era aún más trágica cuando los desalojados eran inmigrantes humildes o que aún no hablaban bien el español, por lo que no entendían la razón de tales medidas. Los italianos, que eran mayoría entre los extranjeros, fueron en parte injustamente acusados por el resto de la población de haber traído la plaga desde Europa. Unos 5000 de ellos realizaron pedidos al consulado de Italia para retornar a su país, pero habían muy pocos cupos; además, muchos de los que lograron embarcar, murieron en altamar.
En cuanto a la población negra, el vivir en condiciones miserables los transformó en uno de los grupos poblacionales con mayor tasa de contagio. Según crónicas de la época, el ejército cercó las zonas donde residían y no les permitió emigrar hacia el Barrio Norte, donde la población blanca se estableció y escapó de la calamidad. Murieron masivamente y fueron sepultados en fosas comunes.
De modo que, aparte de expulsar a los habitantes de los conventillos, tarea de la que se encargaba la Comisión Popular, los médicos sólo podían actuar sobre los síntomas.
La enfermedad presenta una forma leve:  el paciente tenía repentinos dolores de cabeza con escalofríos y decaimiento general. Luego seguía el calor y el sudor, la lengua se ponía blanca y había carencia de sueño. El pulso se aceleraba y aparecían dolores en el estómago, los riñones, muslos, extremidades o sobre los ojos. La sed se intensificaba y el paciente se debilitaba enormemente, sus miembros se agitaban fuertemente. A veces existían vómitos biliosos de color amarillo, o solo náuseas. En este punto la enfermedad a veces podía ser vencida naturalmente y el paciente se hallaba mejor al día siguiente con tan solo dolores de cabeza y debilidad en el cuerpo, y al poco tiempo se recuperaba.
Pero si los síntomas y signos se agravaban, se llegaba entonces a la forma grave de la enfermedad: la piel del paciente tomaba color amarillo, los vómitos se volvían sanguinolentos y finalmente negros. Las deyecciones también eran negras y el enfermo experimentaba opresión en el pecho y dolores en la boca del estómago. La orina disminuía hasta suprimirse completamente. Se producían hemorragias en las encías, lengua, nariz y ano. El paciente carecía de sed y a veces tenía hipo, su pulso se debilitaba. Llegaba entonces el delirio, seguido de la muerte. 

Se le daba importancia a la desinfección con el gas cloro, a  limpiar los cuartos con agua de cal. Otras medidas preventivas eran mantener aseadas las calles y la casa, ventilar las habitaciones, preparar los recipientes para recibir las deyecciones de los enfermos con líquido desinfectante, alejarse de los lugares húmedos y bajos, tomar alimentos en cantidad conveniente

En la Memoria presentada a la Municipalidad en la Comisión de Salubridad de la Parroquia del Socorro 1871-1872, se describe en detalle la situación de los conventillos en cuanto a la mugre y su estado de abandono y desidia:
«(...) la comisión multiplicó las visitas domiciliarias, y fijó toda su atención en los Conventillos, y casas de inquilinato. En los últimos días del mes de Marzo, hizo sacar de una de éstas, montones inmensos de basura, perros muertos, estiércol en descomposición, y una crecidísima cantidad de huevos podridos
 Como hubiera sido inhumano y cruel arrojar a sus habitantes a la calle, la Comisión les decía que por el tren del Ferro-Carril del Oeste se les facilitaría pasaje gratis para que salieran a la campaña en donde hallarían casa. Si esto no les cuadraba, habían ya viviendas improvisadas bajo los Sauces de la Ribera. Sin embargo, los asilados en los conventillos no entendían absolutamente nada, y seguían obstinados en aquellos mortíferos alojamientos.
; en los conventillos se encuentran cadáveres comidos por los ratones, otros alumbrados en el suelo, muchachos saltando por encima de enfermos espirando; la mayor parte hacinados en un mismo cuarto, también nos ocultan los cadáveres para tener tiempo de sustraer sus camas, hay quienes abandonan sus deudos en el último trance de su vida, sin querer prestarse a encajonarlos (...)
 


La epidemia prosperó en los conventillos humildes de los 
barrios del sur, muy poblados y poco higiénicos
 

La ciudad contaba solamente 40 coches fúnebres, de modo que los ataúdes se apilaban en las esquinas a la espera de que coches con recorrido fijo los transportasen. Debido a la gran demanda, se sumaron los coches de plaza, que cobraban tarifas excesivas. El mismo problema con los precios se dio con los medicamentos, que en verdad poco servían para aliviar los síntomas. Como eran cada vez más los muertos, y entre ellos se contaban los carpinteros, dejaron de fabricarse los ataúdes de madera para comenzar a envolverse los cadáveres en trapos. Por otra parte, los carros de basura se incorporaron al servicio fúnebre y se inauguraron fosas colectivas.
Los números:
Los primeros casos se dan en enero de 1871 y la epidemia se extiende hasta junio.  Siendo el mes de abril es más trágico

Abril 1871
Muertes por Fiebre amarilla
 Por otras enfermedades
Nro muertos argentinos
1762
258
Nro muertos italianos
3365
108
Nro muertos españoles
935
24
Nro muertos franceses
879
24
Nro muertos ingleses
95
8
Nro muertos nacional varias
499
49
totales
7535
471

El año 1871 terminó con un total de 20 748 muertos en la ciudad por fiebre amarilla, contra los 5886 del año anterior, y los 5982 del año 1869.
La mayor parte de las víctimas vivían en los barrios de San Telmo y Monserrat  (el centro de Buenos Aires) y en los barrios situados en proximidades del Riachuelo, bajos  y húmedos,  aptos para la proliferación de mosquitos.  Del total de muertos, 10 217 —un 75 % del total— fueron inmigrantes, especialmente italianos.
Monumento erigido en 1873 a los caídos por la fiebre amarilla de 1871,
en el centro del Parque Ameghino, Parque Patricios

Mejoras sanitarias en Buenos Aires

A partir de la epidemia, las autoridades y la población de la ciudad tomaron conciencia de la urgencia de establecer una solución integral al problema de la obtención y distribución de agua potable.
El ingeniero inglés Trobe Bateman  dirigió —a partir de 1874— la construcción de la red de aguas corrientes, que hacia 1880 proveyó de agua a la cuarta parte de la ciudad. En 1873 se inició la construcción de obras cloacales. En 1875 se centralizó la recolección de residuos al crear vaciaderos específicos para depositarlos, ya que hasta entonces usualmente la gente los arrojaba en las zanjas y riachos. Todas estas medidas ayudaron a revertir el estado insalubre de la ciudad, que había sido uno de los motivos de la expansión de la enfermedad, principalmente en los inquilinatos.
En algunas zonas se pavimentaron  cuadras y se realizaron veredas
En cuanto a los saladeros de carne, localizados todos sobre la margen derecha del Riachuelo, se convirtieron en el chivo expiatorio de las muertes por el vómito negro: una ley sancionada el 6 de septiembre de 1871 prohibió sus actividades en la ciudad, prohibición que se extendió a las graserías.
Al año siguiente el médico Eduardo Wilde fue comisionado a Montevideo para firmar un convenio sanitario con el Uruguay, Brasil y Paraguay destinado a prevenir la difusión de enfermedades por vía marítima o fluvial.



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