Tocaron el tema de la Epidemia de la Fiebre Amarilla y nos cuentan desde cuando este mosquito está presente en nuestro continente
Aedes aegypti, este mosquito,
es un insecto que puede ser portador del virus del dengue y de la fiebre
amarilla, así como de otras enfermedades, como la chikunguña y la fiebre de Zika.
Suele comportarse como un vector biológico.
Este insecto transporta y transmite un patógeno –virus- a otro organismo vivo.
Los vectores biológicos se estudian por ser causas de enfermedades.
Algunos investigadores afirman que “en una especie de coevolución
varios virus se adaptaron para reproducirse dentro de este mosquito”
Haciendo historia
Este mosquito es originario de Egipto,
África, y se ha ido extendiendo a lo largo de las regiones tropicales y
subtropicales del mundo
Cómo llegó de África a América. El mosquito llegó en barriles con
agua durante la época del tráfico de esclavos, que se realizó en barco durante
el siglo XIX. “En esa agua venían las larvas y los huevos adheridos a los
bordes de los toneles. Cuando las naves llegan a América, los mosquitos empiezan
a reproducirse en los recipientes que hay sobre las costas”.
El vector fue descripto
científicamente por primera vez en 1762, pero el reconocimiento de que era el vector de la fiebre amarilla se estableció en 1881.
Fiebre amarilla
Los primeros que se conocen se produjeron en África y en los siglos XVI o XVII saltó a
América debido al tráfico de esclavos.
Casi siempre afectaban a zonas urbanas con alta densidad de
población, debido al corto radio de acción del mosquito
Las
epidemias de fiebre amarilla en Buenos Aires
tuvieron lugar en los años 1852, 1858, 1870 y 1871. Esta última fue un
desastre que mató aproximadamente al 8% de los porteños: en una urbe donde
normalmente el número de fallecimientos diarios no llegaba a 20, hubo días en
los que murieron más de 500 personas,
y se pudo contabilizar un total aproximado de 14 000 muertos por esa
causa, la mayoría inmigrantes italianos, españoles, franceses y de otras partes
de Europa.
En numerosas
ocasiones la enfermedad había llegado a la ciudad por medio de los barcos que
arribaban desde la costa del Brasil, donde era endémica.
No obstante, la epidemia de 1871 se cree
que habría provenido de Paraguay, portada por los soldados argentinos que
regresaban de la Guerra de la Triple Alianza; ya que previamente se había propagado en la
ciudad de Corrientes. En su peor momento, la población porteña se
redujo a menos de la tercera parte, debido al éxodo de quienes abandonaron la
ciudad para intentar escapar del flagelo.
Una Bs As con pocas políticas de sanidad pública |
Algunas de
las principales causas de la propagación de esta enfermedad, transmitida por el
mosquito Aedes aegypti, fueron:
- la provisión insuficiente de agua potable;
- la contaminación de las napas de agua por los desechos humanos;
- el clima cálido y húmedo en el verano;
- el hacinamiento en que vivían, sin que se tomaran medidas sanitarias para ellos, las personas negras y, especialmente en 1871, los inmigrantes europeos humildes que ingresaban en forma incesante a la zona más sureña de la ciudad;
- los saladeros que contaminaban el Riachuelo —límite sur de la ciudad—, el relleno de terrenos bajos con residuos y los riachos —denominados «zanjones»— que recorrían la urbe infectados por lo que la población arrojaba en ellos.
La plaga de 1871 hizo tomar conciencia a las
autoridades de la urgente necesidad de mejorar las condiciones de higiene de la
ciudad, de establecer una red de distribución
de agua potable y de construir cloacas y desagües.
Situada sobre una llanura, la ciudad no tenía sistema de drenaje. Para el resto de la población, la situación
era muy precaria en lo sanitario y existían muchos focos infecciosos, como por
ejemplo los conventillos, generalmente habitados por inmigrantes
pobres venidos de Europa o afroargentinos, que se hacinaban en su
interior y carecían de las normas de higiene más elementales.
Otro foco infeccioso era el Riachuelo —límite sur de la ciudad—
convertido en sumidero de aguas servidas y de desperdicios arrojados por los saladeros y mataderos
situados en sus costas.
Dado que se carecía de un sistema de cloacas,
los desechos humanos acababan en los pozos negros, que contaminaban las
napas de agua y en consecuencia los pozos, que constituían una de las dos
principales fuentes del vital elemento para la mayoría de la población.
La otra fuente era el Río de La Plata, de donde el agua se extraía
cerca de la ribera contaminada y se distribuía por medio de carros aguateros,
sin ningún saneamiento previo.
Por añadidura, los residuos de todo tipo se utilizaban para
nivelar terrenos y calles. Éstas eran muy angostas, no existían avenidas y las
plazas eran pocas, casi desprovistas de vegetación.
La ciudad crecía vertiginosamente debido principalmente a la gran
inmigración extranjera: para esa época vivían tantos argentinos como
extranjeros, y estos últimos sobrepasarían a los criollos pocos años más tarde.
El primr censo argentino de 1869 registró en la Ciudad
de Buenos Aires 177 787 habitantes, de los cuales 88 126
(49,6 %) eran extranjeros; de estos 44 233 —la mitad de los
extranjeros— eran italianos y 14 609 españoles. Además de los conventillos
mencionados, sobre 19 000 viviendas urbanas, 2 300 eran de madera o
barro y paja.
Obra de Juan Manuel Blanes |
Estalla la epidemia
Frente a ella, en Buenos
Aires apenas tenía 160 médicos, menos de
uno por cada 1000 habitantes.
Las instituciones públicas no estaban preparadas para hacer frente
a las consecuencias de las deplorables condiciones higiénicas en que se encontraba
la ciudad.
El Hospital General de Hombres, el Hospital General de Mujeres, el Hospital Italiano y la Casa de Niños Expósitos no dieron abasto
con la cantidad de pacientes. Se crearon entonces otros centros de emergencia,
como el Lazareto de San Roque —actual Hospital Ramos Mejía— y se alquilaron
otros privados.
El puerto fue puesto en cuarentena
y las provincias limítrofes impidieron el ingreso de personas y mercaderías
procedentes de Buenos Aires. Los alquileres aumentaron fuertemente en los
alrededores de la ciudad.
Se forma la Comisión Popular
La comisión tuvo como tarea la expulsión de aquellas personas que
vivían en lugares afectados por la plaga, y en algunos casos, se quemaban sus
pertenencias. La situación era aún más trágica cuando los desalojados eran
inmigrantes humildes o que aún no hablaban bien el español, por lo que no
entendían la razón de tales medidas. Los italianos, que eran mayoría entre los
extranjeros, fueron en parte injustamente acusados por el resto de la población
de haber traído la plaga desde Europa. Unos 5000 de ellos realizaron pedidos al
consulado de Italia para retornar a su país, pero habían muy pocos cupos;
además, muchos de los que lograron embarcar, murieron en altamar.
En cuanto a la población negra, el vivir en condiciones miserables
los transformó en uno de los grupos poblacionales con mayor tasa de contagio.
Según crónicas de la época, el ejército cercó las zonas donde residían y no les
permitió emigrar hacia el Barrio Norte, donde la población blanca se
estableció y escapó de la calamidad. Murieron masivamente y fueron sepultados
en fosas comunes.
De modo que, aparte de expulsar a los habitantes de los
conventillos, tarea de la que se encargaba la Comisión Popular, los médicos
sólo podían actuar sobre los síntomas.
La
enfermedad presenta una forma leve: el paciente tenía
repentinos dolores de cabeza con escalofríos y decaimiento general. Luego
seguía el calor y el sudor, la lengua se ponía blanca y había carencia de
sueño. El pulso se aceleraba y aparecían dolores en el estómago, los riñones,
muslos, extremidades o sobre los ojos. La sed se intensificaba y el paciente se
debilitaba enormemente, sus miembros se agitaban fuertemente. A veces existían
vómitos biliosos de color amarillo, o solo náuseas. En este punto la enfermedad
a veces podía ser vencida naturalmente y el paciente se hallaba mejor al día
siguiente con tan solo dolores de cabeza y debilidad en el cuerpo, y al poco
tiempo se recuperaba.
Pero si los síntomas y signos se agravaban, se llegaba entonces a la forma grave de la enfermedad:
la piel del paciente tomaba color amarillo, los vómitos se volvían
sanguinolentos y finalmente negros. Las deyecciones también eran negras y el
enfermo experimentaba opresión en el pecho y dolores en la boca del estómago.
La orina disminuía hasta suprimirse completamente. Se producían hemorragias en
las encías, lengua, nariz y ano. El paciente carecía de sed y a veces tenía
hipo, su pulso se debilitaba. Llegaba entonces el delirio, seguido de la
muerte.
Se le daba importancia a la desinfección con el gas cloro, a limpiar los cuartos con agua de cal. Otras
medidas preventivas eran mantener aseadas las calles y la casa, ventilar las
habitaciones, preparar los recipientes para recibir las deyecciones de los
enfermos con líquido desinfectante, alejarse de los lugares húmedos y bajos,
tomar alimentos en cantidad conveniente
En la Memoria presentada a la Municipalidad en la Comisión
de Salubridad de la Parroquia del Socorro 1871-1872, se describe en detalle
la situación de los conventillos en cuanto a la mugre y su estado de abandono y
desidia:
«(...) la comisión multiplicó las visitas domiciliarias, y fijó
toda su atención en los Conventillos, y casas de inquilinato. En los últimos
días del mes de Marzo, hizo sacar de una de éstas, montones inmensos de basura,
perros muertos, estiércol en descomposición, y una crecidísima cantidad de
huevos podridos
Como hubiera sido inhumano
y cruel arrojar a sus habitantes a la calle, la Comisión les decía que por el
tren del Ferro-Carril del Oeste se les facilitaría pasaje gratis para que
salieran a la campaña en donde hallarían casa. Si esto no les cuadraba, habían
ya viviendas improvisadas bajo los Sauces de la Ribera. Sin embargo, los
asilados en los conventillos no entendían absolutamente nada, y seguían
obstinados en aquellos mortíferos alojamientos.
; en los conventillos se encuentran cadáveres comidos por los
ratones, otros alumbrados en el suelo, muchachos saltando por encima de
enfermos espirando; la mayor parte hacinados en un mismo cuarto, también nos
ocultan los cadáveres para tener tiempo de sustraer sus camas, hay quienes
abandonan sus deudos en el último trance de su vida, sin querer prestarse a
encajonarlos (...)
La epidemia prosperó en los conventillos humildes de los
barrios del sur, muy poblados y poco higiénicos
La ciudad contaba solamente 40 coches fúnebres, de modo que los
ataúdes se apilaban en las esquinas a la espera de que coches con recorrido
fijo los transportasen. Debido a la gran demanda, se sumaron los coches de
plaza, que cobraban tarifas excesivas. El mismo problema con los precios se dio
con los medicamentos, que en verdad poco servían para aliviar los síntomas.
Como eran cada vez más los muertos, y entre ellos se contaban los carpinteros,
dejaron de fabricarse los ataúdes de madera para comenzar a envolverse los
cadáveres en trapos. Por otra parte, los carros de basura se incorporaron al
servicio fúnebre y se inauguraron fosas colectivas.
Los números:
Los primeros casos se dan en enero de 1871 y la epidemia se
extiende hasta junio. Siendo el mes de
abril es más trágico
Abril 1871
|
Muertes por Fiebre amarilla
|
Por otras
enfermedades
|
Nro muertos argentinos
|
1762
|
258
|
Nro muertos italianos
|
3365
|
108
|
Nro muertos españoles
|
935
|
24
|
Nro muertos franceses
|
879
|
24
|
Nro muertos ingleses
|
95
|
8
|
Nro muertos nacional varias
|
499
|
49
|
totales
|
7535
|
471
|
El año 1871 terminó con un total de 20 748 muertos en la
ciudad por fiebre amarilla, contra los 5886 del año anterior, y los 5982 del
año 1869.
La mayor parte de las víctimas vivían en los barrios de San Telmo y Monserrat (el centro de Buenos Aires) y en
los barrios situados en proximidades del Riachuelo, bajos y húmedos, aptos para la proliferación de mosquitos.
Del total de muertos, 10 217
—un 75 % del total— fueron inmigrantes, especialmente italianos.
Monumento erigido en 1873 a los caídos por la fiebre amarilla de 1871,
en el centro del Parque Ameghino, Parque Patricios
en el centro del Parque Ameghino, Parque Patricios
Mejoras sanitarias en Buenos Aires
A partir de la epidemia, las autoridades y la población de la
ciudad tomaron conciencia de la urgencia de establecer una solución integral al
problema de la obtención y distribución de agua potable.
El ingeniero inglés Trobe Bateman dirigió —a partir de 1874— la construcción de
la red de aguas corrientes, que hacia 1880 proveyó de agua a la cuarta parte de
la ciudad. En 1873 se inició la construcción de obras cloacales. En 1875 se
centralizó la recolección de residuos al crear vaciaderos específicos para
depositarlos, ya que hasta entonces usualmente la gente los arrojaba en las
zanjas y riachos. Todas estas medidas ayudaron a revertir el estado insalubre
de la ciudad, que había sido uno de los motivos de la expansión de la
enfermedad, principalmente en los inquilinatos.
En algunas zonas se pavimentaron cuadras y se realizaron veredas
En cuanto a los saladeros de carne, localizados todos sobre la
margen derecha del Riachuelo, se convirtieron en el chivo expiatorio de las
muertes por el vómito negro: una ley sancionada el 6 de septiembre de 1871
prohibió sus actividades en la ciudad, prohibición que se extendió a las
graserías.
Al año siguiente el médico Eduardo Wilde fue comisionado a
Montevideo para firmar un convenio sanitario con el Uruguay, Brasil y Paraguay
destinado a prevenir la difusión de enfermedades por vía marítima o fluvial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario